Espacios naturales y fauna silvestre

El lobo sabe coexistir con los humanos ¿y nosotros con él?

El lobo ibérico es una de las especies más emblemáticas de la Península, capaz de despertar sentimientos encontrados y sobre todo, una enorme pasión.

Hace algunos meses la prestigiosa revista científica Science publicó un trabajo titulado “Recovery of large carnivores in Europe’s modern human-dominated landscapes”, en el que 76 investigadores de 26 países, coordinados por la Universidad Sueca de Ciencias Agrarias y la Universidad de Oviedo, analizaron la evolución en las últimas décadas de las poblaciones de cuatro grandes carnívoros europeos: oso pardo, lince, lobo y glotón.

A pesar de que el sentido común indica que en zonas con una densidad de población humana considerable y paisajes muy explotados y fragmentados por las infraestructuras creadas por el hombre, los grandes carnívoros tienden a desaparecer o a quedarse recluidos en reservas naturales vigiladas, en Europa, para sorpresa de propios y extraños, parece haber ocurrido todo lo contrario: los grandes carnívoros se encuentran en franco proceso de recuperación tras haber sido prácticamente extinguidos a mediados del siglo XX y están recolonizado nuevos territorios donde conviven con densas poblaciones humanas.

Esta es la principal conclusión a la que llega dicho estudio, lo cual demostraría el éxito del modelo de coexistencia europeo y que humanos y grandes carnívoros pueden compartir el mismo hábitat si hay un esfuerzo importante de conservación.

Sin duda, entre los factores que han contribuido a la recuperación de los grandes carnívoros europeos, entre los que se incluye como no, nuestro lobo ibérico (Canis lupus signatus), ocupan un papel preponderante la legislación favorable en materia de conservación que se ha venido aplicando desde 1992, año de aprobación de la Directiva Hábitats, además del abandono rural y el aumento de presas silvestres.

En el caso concreto del lobo ibérico, ha pasado de estar casi extinto a recolonizar amplias zonas peninsulares desde su bastión en el noroeste español, especialmente la zamorana Sierra de la Culebra.

No obstante, los 76 investigadores que han participado en el trabajo citado también advierten de que muchos de los conflictos que en su día provocaron el declive de estas especies, como los ataques al ganado, aún siguen presentes. Son particularmente importantes en aquellas zonas ahora recolonizadas donde su ausencia durante décadas provocó la pérdida de las prácticas ganaderas tradicionales que favorecían la coexistencia. Para evitar el conflicto con los habitantes del medio rural, resulta fundamental poner en marcha sistemas de indemnizaciones para que los presumibles ataques afecten lo menos posible a su economía y propiedades.

En el caso del lobo, no cabe duda de que aún falta mucho por recorrer hacia la coexistencia total. Nuestro Canis lupus signatus sigue siendo utilizado como símbolo de profunda división social entre áreas rurales y urbanas. Por ello, los expertos recomiendan una monitorización constante tanto de la situación ecológica, como del clima político y social alrededor de la especie para asegurar el mantenimiento de la actual recuperación observada.

La antipatía que provoca el lobo ibérico seguramente no sea comparable con ninguna otra especie, no ya sólo por los ataques al ganado, sino porque parece estar profundamente enraizada en nuestra historia y tradición cultural. El lobo parece que sí ha sabido desprenderse de ese lastre y se ha adaptado a convivir con los humanos, ¿y nosotros?, ¿seremos capaces los europeos del siglo XXI de compartir su territorio y coexistir con él?

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